El XXVII Premio INBA-UAM, día a día

El libelo INBA-UAM
Librillo escueto, escrito infamatorio, pliego suelto
de Revista DCO-Danza, Cuerpo, Obsesión
para el XXVII Premio Miguel

  • Por Analía Melgar y Gustavo Emilio Rosales
  • Día 1. Viernes 10 de noviembre, 2006
“El Premio es uno de los programas más importantes de la danza en México. A pesar de sus detractores, de sus inconsistencias, de los roces entre los mismos participantes, de las nunca satisfactorias decisiones tomadas por el jurado, lo cierto es que el Premio es pieza fundamental para el desarrollo de la danza contemporánea independiente”. Benito González
“Los objetivos del Premio siguen siendo válidos: fomentar la creación coreográfica y generar espacios de encuentro y reflexión, pero un premio no puede generar eso. Un premio es un resultado. Y para tenerlo, debe haber un proceso. He ahí la falla del Premio. Los procesos han dejado de importar, sólo importa el resultado”. Rossana Filomarino
“Creo que los premios sirven para que la propia sociedad se entere de que algo hay en ella que no siempre atiende. Los premios son una llamada de atención para que recordemos que también somos capaces de cantar, de hacer música, de leer, de escribir, de ser felices, de ser grandes, de ser creadores. Los premios sirven para que la sociedad despierte de las facultades que tiene”. Carlos Montemayor
“Si pienso en el Premio, pienso, inevitablemente, en la construcción de mi biografía. No me refiero a los sucesos que han colocado a mi humilde persona en algún sitio de nuestra realidad social, no; me refiero a las huellas imborrables en mi vivir, provocadas por la tremenda conmoción interior que he padecido y gozado al tragarme todos esos cuerpos descifrables que han habitado el siempre efervescente universo escénico del acontecimiento paradójico por excelencia en el contexto de la danza nacional”. Rolando Beattie
“No comprendo por qué los bailarines y coreógrafos de México insisten en no ver, ni oír, ni observar, ni reaccionar ante las crisis que hoy se viven”. Waldeen
"Cien gritos de protesta frente a una sonrisa de satisfacción. Danza en situaciones de riesgo, danza, sólo danza”. Marco Antonio Silva
Hoy he vuelto a pensar en Ulises
[…]
Anteanoche tuve escalofríos en el vientre,
soñé que el mar recogía mi sombra,
me desataba las piernas y caderas
de innumerables eslabones y mortajas.
Más tarde aparecieron húmedas, desnudas,
débiles,
cubiertas de no sé qué tantas heridas.

Marcela Sánchez Mota
(Poema que dio cuerpo a la coreografía En espera de Ulises,
del grupo mexicano de danza contemporánea Utopía).
  • Día 2. Sábado 11 de noviembre, 2006

Una muchedumbre de tirios y troyanos
Gustavo Emilio Rosales

“La mucha luz es como la mucha sombra –sentenciaba Octavio Paz-, no deja ver”. Así, la proliferación de diferencias entre las condiciones definitorias de las obras concursantes de este Premio transmitió, al menos en su jornada inaugural, un gusto a muchedumbre. El diestro junto al diletante, junto al indefinido, poco pueden hacer, salvo la confusión.
El abigarramiento de propuestas variopintas, el descuido en la elaboración de programas de mano, la exigua difusión y la poca convocatoria de público especializado y, sobre todo, la peregrina idea de anexar obras inéditas con fragmentos de composiciones previamente terminadas, pero de formatos diferentes al tiempo de presentación que demanda la justa –lo que es determinante, puesto que fueron hechas para apreciarse como un todo y no como un corte que valga por sí mismo-, conforman esta edición con trazas de abandono. Salvo los montajes de Chirinos, de Sotelo y del colectivo Bruja (que se menciona como tal por ser su cohesión grupal un mérito mayor), el mosaico visto ayer en el Teatro de la Danza fue muy poco fructífero en términos artísticos.
A lo anterior se ha expuesto al Premio, al abolir prácticamente todos sus criterios importantes de programación. El todo para todos no sólo vaticina un certamen precario, sino que también es signo de una retórica institucional que, por lo visto, presagia el advenimiento de una sospechosa voluntad inicial de ‘quedar bien’ con tirios y troyanos.

Doce minutos
Analía Melgar

Doce minutos es mucho tiempo. Y doce minutos desperdiciados multiplican su valor. Presenciar una larga serie de autodenominadas obras, cada una de ellas de doce minutos, constituye un robo al que los asistentes a la primera jornada de la XXVII edición del Premio INBA-UAM consentimos. Aceptamos perder preciosas dos horas de vida a la espera del cumplimiento de una promesa.
La fama de este encuentro del que surgieron numerosos grupos de la danza contemporánea mexicana prometía una muchedumbre entusiasta, la presencia de la comunidad de la danza y, sobre todo, obras acabadas o, al menos, gérmenes de un proyecto artístico intenso. Ninguno de los tres factores se verificó. Unas cuantas butacas vacías, ausencia de gran parte de los bailarines y coreógrafos activos, y un conjunto de propuestas que variaron entre estéticas precámbricas, ingenuidad infantil, desarticulación estructural, carencia de proyectos como de procesos de trabajo y un completo desinterés por la platea.
Las causas de una jornada de tamaño bochorno –de la que se excluyen excepciones que, por honor, acaso debieran ausentarse del Premio a modo de protesta– son muchas, pero la falta de una etapa de preselección es un factor determinante. El arte es un derecho de todos los seres humanos, pero no todos tienen por qué darse cita en un premio de supuesta excelencia.
Sin embargo, la otra causa, y no menor, es la mansedumbre del público. La silenciosa abulia, el mascullar indignado, la pasividad pasmosa. Es en el público en quien radica la posibilidad de un cambio o la continuidad de la aceptación del peor de los robos, que es el robo de tiempo.
  • Día 3. Domingo 12 de noviembre, 2006

Sábado de fábula
Gustavo Emilio Rosales

Nos decimos con fábulas. Articulamos nuestra educación sentimental mediante alegorías, moralejas y leyendas: resonancias de la evangelización que El Tigre Azcárraga se encargó de capitalizar con creces –“México está repleto de jodidos que no van a dejar nunca de serlo; para ellos debemos hacer televisión”, decía, según consigna Monsiváis– en un imperio televisivo afianzado hoy por Fox, para bien del Heredero, con la Ley Televisa.
No sabremos muy bien ya no los intersticios, sino los hitos de nuestra historia nacional, pero, eso sí, tenemos por cierto que el País se fundó donde había un águila parada en un nopal, devorando una serpiente. ¿Por qué no habríamos de inclinarnos a vivir nuestro cuerpo como parte de los mitos? De ahí las cenicientas y machos –tortuosos, torturados y torturadores– que definieron con su abundante aparición la segunda jornada de este premio. Se trata de emblemas de nuestra melancólica orfandad –paleada por la Virgen Morena y por la ubicua madre que llamamos Chingada–, pasados por el tamiz del lenguaje melodramático que los medios transmiten como cánones de socialización.
No es que un tema o un tono sean, de antemano, deleznables, por supuesto; pero me parece un desperdicio que las grandes posibilidades metafóricas que, por principio, constituyen la expresión de la danza se vean mermadas por la evidente precariedad de referentes culturales de los coreógrafos participantes. Vemos más esquemas, más lugares comunes, que inventiva corporal e ideas con horizonte. Un par de piezas salieron de este encuadre: las impulsadas por Érika Méndez y por la mancuerna Payró-Lartigue; en ambas es notorio un trabajo elaborado de imaginación coreográfica y teatral que nos mantuvo a flote en mitad de lo que fue un verdadero maratón apologético que hubiera ruborizado al propio La Fontaine.

Los honorables miembros

Analía Melgar

La danza es cuerpo. La danza vive y se realiza en los cuerpos. Sus fluidos, sus músculos y la compulsión nutren este arte de lo efímero. El erotismo es un componente esencial en las artes del movimiento. Cuando un cuerpo habita el espacio, inevitablemente su calor trasmuta en la presentificación de una sexualidad.
Ahora bien, cuando esa maravillosa realidad humana se vuelve impostada, sobreactuada y monotemática, cuando el erotismo –es decir, la sutileza de la carnalidad– adopta los códigos de una mímica de los más recurrentes procesos que anteceden a una penetración, entonces el arte desciende a los niveles de la chabacanería. Ser o no ser queda reducido a penetrar o no penetrar.
Buena parte de las propuestas que se vieron en la segunda jornada del XXVII Premio INBA-UAM se organizan en torno a relatos estereotipados de cuerpos que se buscan para consumar un encuentro sexual. La aceptación o rechazo ya de invitaciones ya de imposiciones violentas constituyen el núcleo alrededor del cual giran, entre otras obras, Cenicienta post-moderna, de Luis Bravo; Café y cigarrillos por favor, de Jesús Laredo Sánchez; Instantes del deseo, de Ulises Martínez Martínez. Los tres casos señalan un fenómeno habitual en los escenarios de la danza contemporánea, a menudo dedicados a una compensación de sexualidades irresueltas o insatisfechas, y en ocasiones, también, al regodeo en un onanismo falsificado. Pues, esa es otra de las vertientes de la simulación de un culto priápico contemporáneo: bailarines que “hacen como que” se tocan, “hacen como que” se excitan, “hacen como que” son provocados por el contacto con otros cuerpos, “hacen como que” se desnudan, “hacen como que” muestran su miembro.
Por cierto, es muy difícil desnudarse en público. Más todavía, asumir la humanidad caliente del verdadero intérprete quien, lejos de poder ejercer una aséptica (mentirosa) profesionalidad, goza en cada función.

  • Día 4. Lunes 13 de noviembre, 2006


Las fotos invisibles

Gustavo Emilio Rosales

¿Escucho trabajar a los fotógrafos durante el transcurrir de las coreografías o es, en realidad, la aparición de la fotografía la que estoy escuchando?
A cada clic/clack/cluck de las cámaras, brota en mi mente la zona de una fotografía emergente, invisible, la sensación de que ese momento peregrino ha quedado encapsulado en un tiempo fijo que no es el de la danza, pero sin el cual tal vez la danza no existiera...

“Tu fotografía es un registro de tu vida, para quien sepa verlo. Puedes ver las costumbres de otro y ser influido por ellas, incluso puedes utilizarlas para encontrar las propias, pero con el tiempo tendrás que liberarte de ellas”. Paul Strand

...Se teje de este modo en mi interior la inquietud de una visión emergente que me conduce a la necesidad no ya de lo que espero ver como resultado de esa toma que ahora escucho, sino de aquello irrecuperable, de lo que sé que habrá de perderse, que se está perdiendo a perpetuidad, en cada acto de danza, en cada acto, de hecho...

“Un objeto que comenta la pérdida, destrucción, desaparición de objetos. Que no habla de sí mismo. Que habla sobre los demás. ¿Los incluirá?” Jasper Johns

...Este comentario acústico –cada clic/clack/cluck: el modo en que el fotógrafo asume la pertinencia de su oficio, pero también el modo en que el oficio mismo ha hecho de él una estructura de su propio discurso–, como un aroma inesperado o el repentino asalto de una estancia del pasado que yo creí perdida, forma parte de las múltiples evocaciones que me dan santo y seña acerca de mi decisión de convertirme en –y de ser a la par transformado por la condición de– espectador especializado de un arte que se esfuma a medida que nace.

“No se puede poseer la realidad. Se puede poseer (y ser poseído por) imágenes”. Susan Sontag*

*Citas extraídas del libro
Sobre la fotografía, de Susan Sontag,
Alfaguara, Buenos Aires, 2006.


La danza no sólo es un developpé

Analía Melgar

Entre las muchas apariencias de que se viste la danza, una de ellas concibe al cuerpo como territorio donde explorar diversos desafíos a las leyes naturales. Buena parte de la danza escénica que conocemos es antinatural, pues reniega de los límites que se le imponen al ser humano en su estancia en este mundo. Es así que esa danza aspira a vencer la atracción gravitatoria o, al menos, a crear dispositivos que recreen la capacidad aerodinámica de las aves. Es así que, también, esa danza busca ampliar el rango de posibilidades articulatorias y musculares para dotar de maleabilidad a ese cúmulo de huesos y carne.
Estas operaciones de transformación del sujeto protagónico de la danza, el cuerpo, dan por resultado productos que persiguen la provocación de la sorpresa y la admiración. Los bailarines logran contorsiones que se separan radicalmente de la mayoría de los cuerpos cotidianos y, acaso, consiguen el gesto romántico de “volar”, durante una fracción de segundo. El público asiste a esta demostración del ingenio humano, de las proezas que convierten al intérprete en un semidiós que se eleva varios metros por encima de la platea.
Transcurridas tres jornadas del XXVII Premio INBA-UAM, es posible afirmar que muchos de los participantes del II Premio de Fotografía –creado por miembros de Revista DCO para el XXVI Premio de 2005– se afanan por capturar imágenes apoyadas sobre esta concepción de la danza, que sólo es una entre tantas otras posibles. El sonido de los disparos se escucha al unísono cuando la coreografía suelta un developpé, cuando el movimiento se suspende en el aire de un grand-jeté, o cuando la bailarina prolonga su cambré hasta configurar un arco con su espalda convertida en semi-círculo. Disparos a mansalva para congelar esas formas extravagantes, exóticas, extrovertidas.

  • Día 5. Martes 14 de noviembre, 2006


Presencia, presente

“A veces te descubro en el rostro que no tuviste
y en la aparición que no merecías...”.

José Carlos Becerra, El otoño recorre las islas

Gustavo Emilio Rosales


Qué bueno que la coreografía de Benito González, A prueba de balas, aborda perspectivas no convencionales de la danza. Es un aire de fresca inventiva que despeja los intentos de virtuosismo vacío, de virtuosismo inalcanzable, que apuestan por la reinterpretación de meros códigos –de ballet, de contact, de release; qué importa cuáles– como improbable medio de expresión.
El codirector de Quiatora Monorriel propone un conjunto humano que es avasallado por una detonación. Caen sus miembros al impacto sonoro y lentamente se levantan para reiniciar una marcha hacia algún punto fijo de la escena. A medida que este pasaje se repite, el grupo crece y se diversifica en su aspecto, hasta llegar a ser una multitud variopinta. El eje de las acciones es un tejido sonoro generador de un clima de tensión que desemboca en explosiones. El final es ambiguo: la muchedumbre encara al público y, en la última descarga, se confunde con él.
La fortuna de la propuesta está en su sencillez y en el trabajo de dirección en detalle, el cual consigue completar con consistencia un tono de farsa nada fácil a partir de evocaciones atmosféricas. No hay piernas levantadas ni cargadas, giros o evoluciones acrobáticas; tan sólo hay danza, en su sentido más desprejuiciado, en su sentido excepcional en nuestra escena y quizá ubicuo, a escala cotidiana, en todos los rincones del planeta: movimientos impregnados de significación, cohesionados por la articulación de una metáfora que en este caso es presencia y es presente.
Desdichadamente, las posturas de investigación coreográfica como la que ahora se relata han sido, en este Premio, particularmente exiguas. Los concursantes –profesionales ya, y aspirantes a serlo– se han mostrado particularmente conformes con sus límites, que, en numerosos casos, se han exhibido como una desmedida libertad para no hacer nada sino lo acostumbrado, lo previsible, lo seguro, la doxa; con el agravante de una participación indiscriminada, pobremente acotada por los organizadores.



¡¿Qué es esto?!

Analía Melgar


Estimado lector: acaso haya usted leído uno, dos, o los cuatro libelos anteriores, o acaso sea este su primer encuentro con esta hoja impresa. Y acaso, entonces, esté usted preguntándose “¿qué hacen estos trasnochados entregando un papelito diferente cada una de las funciones de este Premio?”. Por si esos acasos se hubieran producido, por si se le hubiera presentado esa pregunta, aquí va la respuesta.
Esto es una apuesta a la existencia de un pensamiento ágil, idóneo y responsable. Un ejercicio periodístico. Una indagación a través de los pasillos de la verdad. La invitación a un espacio de trabajo conjunto, de escritura y de lectura. Una voluntad tozuda, convencida de que la danza merece integrar un lugar relevante dentro de la cultura y el arte, para realzar la potencia poética del cuerpo humano, por medio del reconocimiento de otros cuerpos que se brindan generosamente, hermanadamente, y que desmienten la globalización de la enfermedad del olvido de sí. Una defensa de la inteligencia muscular. Una declaración de guerra contra la abulia. Un grito indignado contra los bailarines, los coreógrafos y los acontecimientos dancísticos que no tienen ni profesionalismo ni pasión. La aspiración a un intercambio de dos espectadores especializados, de dos lectores ávidos, que esperan sumar interlocutores y encender un diálogo productivo con todos los miembros de la desarticulada comunidad de la danza. Una inversión de esfuerzos que coquetean entre el quijotismo y la enunciación de proyectos de gran viabilidad y urgencia. Una pregunta lanzada a usted, usted que está sentado, usted que está parado, leyendo y repasando mentalmente las obras que vio en este Premio. Y a usted, que no está, aparentemente, pensando en nada particular. Esto es un acto de fe.

  • Día 6. Miércoles 15 de noviembre, 2006


La prolongación del placer interpretativo

Analía Melgar

Es posible aventurar que, al finalizar las siete jornadas de exhibición de las propuestas del XXVII Premio INBA-UAM, sólo algunas pocas, en virtud de su potencia enunciativa, quedarán en la memoria de los asistentes. La mayoría de ellas, no. Pero Chocolate, de Magdalena Brezzo, llegó en la función de ayer, martes 14, para demostrar que la imaginación no está muerta, que el arte coreográfico no transita su ocaso –tal como sí se comprueba en un altísimo porcentaje de las piezas de este concurso–, sino que sólo necesita de inteligencia, de estudio y de trabajo.
Chocolate: he aquí un ejemplo lúcido y límpido de lo que sí es posible hacer cuando existe un verdadero proyecto escénico que convoca cuatro intérpretes excelentes que determinan, en buena parte, el atractivo enigmático de la obra: Stephanie García, Tlathui Maza, Yuridia Ortega y Yair Domínguez.
Magdalena Brezzo podrá deberle a Almodóvar –a modo de homenaje– algo de la atmósfera de esta propuesta: esa emoción desbordada, esa cotidiana desesperación y esa afanosa búsqueda de, si no el amor, la complicidad de la recámara compartida. El resto es una auténtica labor de composición.
Algunos recursos, algunos objetos, todos dotados de significación escénica, todos imprescindibles, conjurados para lanzar el relato no lineal de los dobles que nos habitan. De allí, la pantalla sobre la que se proyectan las sombras de una pareja cuya calma doméstica contrasta con la escena protagónica: un dúo de persecución y conquista, una puja corporal por la cesión de un “sí”, un duelo donde los movimientos están medidos, cronometrados, evaluados en su funcionalidad dramática.
Y, gran hallazgo: el manejo del ritmo. Chocolate avanza e invita a saborearlo, haciendo surgir sorpresas palatales. Nada es lo que parece, nada es obvio ni está concluido. Los doce minutos se prolongan por la abundancia de giros y contragiros. El entrecruzamiento con el discurso cinematográfico crece. La banda de sonido de Marcof es astutamente aprovechada. Los cuadros parecen capturados como por una cámara imaginaria.
Un disparo al cráneo no mata, sino que presiona la tecla de rew y pone en acción el reverso de la historia, un reverso que no es un contrario, sino la capa metafórica de una superficie que combate las recetas hermenéuticas y, en su lugar, propicia la libertad del placer interpretativo, que se amplifica con el transcurso de las horas y el repaso de la experiencia. Ese mismo placer que el público de ayer reconoció con un aplauso de prolongada admiración.


La sal de la tierra

Gustavo Emilio Rosales

Cuerpo-tiempo es el del bailarín: un ser por y para sí mismo creado con el fin de suscitar las entregas de una dimensión temporal no sucesiva, aparentemente física, pero en verdad virtual. No es la emergencia desde el atavismo de las formas lo que declara el bailarín, el danzante, el performer; por el contrario, su decir es el trayecto inquietante de una compleja visibilidad de intensidades, de fuerzas, de perfiles de su mundo interior.
No se habla de la marioneta vacua, del bailarinete –que, en términos románticos, equivaldría al noviete–, sino del artista que elige bailar en concordancia con la urgencia que le demanda el mero acto de vivir en expansión, con plena voluntad de lidiar con carencias, deseos, satisfacciones y temores. El artista que derrama sus espacios, en jirones de luz que al nacer lo devoran, para decirnos con exactitud que todo lo habido y por haber se está alejando, que la fugacidad es ubicua y permanente, y de este saber sacar pasión.
Las bailarinas y bailarines se han convertido en la sal de la tierra para el Premio. Y no sólo a causa de la extendida precariedad de los coreógrafos, sino por medio de un honor que es hermoso: la entrega de sí mismos, de sí mismas, allende la destreza, cerca, en el filo, de la zona de escenarios mentales que por la vastedad de sus alcances apenas si se habrán de distinguir de la dimensión animal del erotismo.

  • Día 7. Jueves 16 de noviembre, 2006



En el reino de Onán

Gustavo Emilio Rosales


¿En qué país está viviendo la inmensa mayoría de los coreógrafos que participan en el Premio? Después de siete secas jornadas de eliminación, de contemplar cerca de cinco docenas de propuestas, podemos afirmar que no en México; al menos no en este territorio hoy convulso, con dos improbables presidentes en puerta y en el que ya es pan del diario la violencia desmedida que tensa y deja mucho en qué pensar.
Y no es sólo que los días de la justa hayan corrido paralelos a los continuos ecos de presión en Oaxaca, a la emboscada de los cinco policías y un agente de la fiscalía en Michoacán, a la muerte de indígenas chiapanecos en un choque por tierras o al lamentable asesinato –descubierto hoy día- del periodista José Manuel Nava, ex director de Excélsior, sino que, principalmente, nos atañe, por mero accionar del instinto de supervivencia, acrecentar nuestro interés de politización, que no se debe confundir con la filiación a dogmas de estirpe partidaria, sino a tomar clara conciencia de nuestras obligaciones, derechos y, por extensión, posibilidades de reclamar y defender nuestro deseo de vivir en forma autónoma.
No se crea nada si no es en sociedad y nunca impunemente. Todos nuestros actos proyectan una sombra hacia los otros y a todos nos toca recibir, de un modo u otro, la proyección de los demás. Los modos de calibrar estas correspondencias, a las que nadie escapa, es la política: un concierto de esfuerzos en el pacto social. Cuando la situación de la cultura se desequilibra poderosamente, como en el México presente, crece por obvias razones la necesidad de asumir una actitud y de expresarse en consecuencia.
No esperaba ni desearía que el Premio cosechara panfletos, manifiestos de lugares comunes o el cultivo de cierto golem sociológico; pero permanezco atónito ante la sobreabundancia de manifestaciones onanistas que son casi todas las piezas concursantes, engendros de una adolescencia mal llevada, impermeables, por definición, a un futuro social que ya nos alcanzó.



Simplemente, una inmoralidad

Analía Melgar


Muy por encima de la distinción entre buenas y malas obras artísticas queda el compromiso ético que toda expresión humana tiene y que, por tanto, concierne también a las obras. De mucha mayor relevancia que las discusiones acerca de los diversos criterios que pueden adoptarse para organizar un concurso de danza es la actitud moral de las coreografías en él incluidas. Aquí cabe una disquisición acerca de ética y moral, pero no es este el espacio. Sí es el espacio para denunciar que dos de las propuestas que se vieron en la función de ayer festejan flagelos que minan la dignidad humana.
Cuando la crítica se enfrenta a creaciones fallidas, suele adoptar el silencio, como un modo de responder a algo que no le merece atención. Pero cuando las creaciones, independientemente de su realización, se sostienen sobre valores deleznables, es preciso hablar. Y cuando un buen número de asistentes son cómplices –con su presencia y con su aplauso– de esa fiesta macabra, es preciso gritar.
La vida se nos va por el WC, de Dalel Bacre y Rosa Gómez, por voluntad o descuido, acaba por aprobar tranquilamente los trastornos de alimentación, tanto por su relato, como por la elección de intérpretes que no alcanzan los índices de masa corporal mínima. Asimismo, pretende encontrar las causas de estas graves enfermedades de la estructura psíquica –anorexia y bulimia– en los requerimientos amatorios de un jovenzuelo de plástico y en la incomprensión de una amistad basada en la envidia y la competencia. Por el contrario, en estos dramáticos casos, la estructura psíquica se retroalimenta de una estructura social compleja y perversa que favorece estos males expandidos.
Pero todavía más grave es el caso de la obra de José Rivera Moya, De México a La Habana, bajo el disfraz de una vindicación femenina, insinúa la trata de mujeres. En un país (como en tantos de América Latina) donde este delito es cometido contra sus ciudadanas, dentro y fuera de sus fronteras; en un país donde las mujeres a menudo sufren exclusiones y vejaciones –las más tristemente célebres en la actualidad, las acontecidas en Ciudad Juárez– no es posible “inocentemente” exhibir algo como De México a La Habana. Cierto: allí no se justifican asesinatos en masa, pero la mujer no es una mujer sino un harén exhibido al mejor pagador, que la toma como mercancía sexual. Y cuando ellas deciden hacer lo de Lisístrata, son señaladas como las responsables del caos generalizado y la locura y muerte de los pobres poseídos del deseo.
Son estas líneas una repulsa expresa a cualquier tipo de proyecto que, bajo las apariencias del arte y del entretenimiento, aceptan y propulsan formas de humillación del ser humano. El arte inmoral no es arte, simplemente es una inmoralidad.

  • Día 8. Sábado 18 de noviembre, 2006

Los Premios

Analía Melgar y Gustavo Emilio Rosales

No sobra recordar que las justas en arte son improcedentes, salvo que en la consideración de sus protagonistas quede absolutamente claro que las competencias pueden funcionar como acicate para la creación y como foro donde asentar un estado presente con nociones informadas de futuro. Píndaro, quien cantó líricamente las victorias olímpicas hace veinticinco siglos, considera en la primer Nemea que “compartidas han de ser las esperanzas de los que mucho se afanan”. Esto es hoy aún válido para los premios, en tanto acto cívico que se convierte en generador de colectividad.
Parte de ese espíritu comunitario consiste en el acto por el cual los participantes del combate se conocen y reconocen en pleno ejercicio de sus habilidades críticas. De allí estos párrafos, que se proponen señalar obras destacadas que se dieron cita en el XXVII Premio INBA-UAM, pero en el marco de una serie de criterios constituidos en atención a la vocación de trabajo y entrega que se comprobaron en algunas de las propuestas representadas entre los pasados viernes 10 y jueves 16 de noviembre. Habitual es la carencia de argumentos que sostengan las decisiones de los jurados en los premios artísticos, aquí y en el mundo. No obstante, la justificación de las elecciones de espectadores especializados es una clave que puede enriquecer a las creaciones y a los creadores y dar amplitud, en el análisis, al goce del espectador. Por eso merece ser públicamente divulgada.
En primer término, mencionamos dos coreografías artísticamente poderosas, con una inventiva original que tienen –desde su planteamiento hasta su realización– considerables perspectivas de trascendencia estética. Chocolate, de Magdalena Brezzo, articula su inquietante proyecto dramatúrgico con intérpretes a la altura de las demandas de la pieza. A prueba de balas, de Benito González, se atreve a transitar los bordes de la danza; irreverente frente a imposibles límites que aspiran a clasificar las artes en compartimentos estancos, se dispone a atrapar a la platea con una impecable dirección de cuerpos heterogéneos.
En segundo término, enumeramos coreografías de planteamiento fructífero, pero que tienen necesidad de apuntalar su discurso en diversas escalas de cohesión. Se trata de bosquejos, gérmenes, conjuntos de imágenes que precisan de un pulido, ya para amplificar el potencial, ya para eliminar materiales que dispersan la atención del fundamento, ya para organizar las energías de los bailarines. Estas fortalezas y estas debilidades se comprueban en: el desaprovechamiento de las células significantes en Ritual de lo habitual, de Andrea Yugoslavia Chirinos; el intenso cuadro aunque huérfano de desarrollo en Es invierno o es temprano, de Evoé Sotelo; el fructífero caos que ofrece Huesos en voz alta, de Nadia Lartigue y Monserrat Payró; el astuto y desarticulado recorte del espacio en Remitente perdido, de Diana Rayón; la imperiosa pero repetitiva composición a cargo de bailarinas que reclaman intensidad en Post-ludio, de Laura Vera; el simpático colage de Campo santo, de Víctor Manuel Ruiz Becerra, y la densa atmósfera sin progresión que se respira en Rojo roído, de Rolando Beattie.
En tercer término, detallamos títulos cuyo valor no radica tanto en la intervención del coreógrafo como en el deleite con que los bailarines vinculan entre sí su preciso saber. Bailarines dignos de contemplarse. Así los ejecutantes de numerosas piezas, entre las cuales destacan Lordy –Yéssica Basaldua, Tatiana Figueroa, Ángel Hernández, Mariela Sánchez, Shanti Vera, José Luis Vallejo, Guadalupe Ruiz y Marisol Flores–, de Gregorio Trejo; Ester –Olga Rodríguez, Miguel Areias y Diego Vázquez–, del propio Vázquez; Mmmmmm… –Yocelyn Álvarez, Griselda Olmedo y Alejandra Ramírez–, de la propia Ramírez; El hueco –Diana Rayón, Sheila Rojas y Ulises Martínez–, de Vicente Silva, y Fisuras –Manuel Ballesteros, Margarita Barrera, Zahaira Santa Cruz y María Luisa Solares–, de Adriana Castaños.
En cuarto término, señalamos coreografías donde la danza se refiere primordialmente a sí misma, creaciones que gravitan en torno a la elaboración de complejas series de movimientos, laboriosas, límpidas, de un acucioso formalismo, una estética al límite del agotamiento, resguardada por coreógrafas que honran su oficio con el esfuerzo permanente. Así son: El descenso, de Érika Méndez Ureña; Rosa de hierro, de Leticia Alvarado, y Touch your pulse, de Alicia Sánchez.
Por último, queda como una categoría aparte la de coreografías que apuntan a otro género, en este caso el de danza infantil, como es Toccata para un general partido en Re, de Emiliano Cárdenas, un logrado trío de sutil y fresco tono pedagógico, con aprovechamiento del código del clown.

Nota: Los siete primeros libelos corresponden a la fase de eliminatorias, apreciada en el Teatro de la Danza, de México. El último fue elaborado para distribuirse en la final, que se realizó en el Palacio de Bellas Artes.